Cónclave: Una partida de ajedrez

Cónclave: Una partida de ajedrez
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Cónclave: Una partida de ajedrez

Luis García Orso, S.J.

En la novela homónima de Robert Harris, Cónclave representa en la pantalla uno de los rituales más delicados e importantes de la Iglesia Católica: la elección del papa. La película inicia con la noticia de la inesperada muerte del sumo pontífice. El cardenal Lawrence, inglés y decano del Colegio Cardenalicio, acude para hacerse cargo de los preparativos para convocar a la elección de un nuevo líder de la Iglesia. Poco a poco van llegando los cardenales de todo el mundo, poco más de cien. En uno de los primeros encuentros aparece el cardenal Bellini, de Estados Unidos, jugando una partida de ajedrez, «que tanto le gustaba a nuestro querido papa». Toda la película se desarrollará en adelante como una partida de ajedrez: un cálculo muy pensado y estratégico de mover piezas para avanzar en el tablero y ganar sobre los otros.

Como en todo cónclave eclesiástico, siempre hay cardenales que figuran como favoritos por su trayectoria y por su pensamiento. En esta ficción cinematográfica están el liberal norteamericano Bellini; el astuto Tremblay, de Canadá; el muy tradicionalista italiano Tedesco; el cauteloso africano Adeyemi, cada uno con sus personales aspiraciones. El cardenal Lawrence se autoexcluye de la contienda y apuesta por Bellini y por seguir la línea progresista del papa difunto. Pero Lawrence lleva sobre sí la enorme responsabilidad de cuidar la elección según Dios, cuando su propia vida de fe se tambalea en una crisis. En su discurso a los convocados recalca que la fe es capacidad de renunciar a las certezas que uno tiene y abrirse a Dios y a los demás tan diferentes. Los protagonistas experimentarán esta tensión de renuncia y de aceptación en el proceso de sus deliberaciones.

La narración de la película toma el camino del llamado género de thriller: suspenso, giros inesperados, tensión emocional, intriga, incertidumbre sobre el final; la dirección del alemán Edward Berger lo consigue muy satisfactoriamente y hace que una película de hombres en sotanas y encerrados en el mismo lugar nos atrape de principio a fin. Estos cardenales no son sólo representantes de la Iglesia, sino seres humanos, mortales, pecadores, con sus propias opciones y ambiciones, secretos y tentaciones, como todos. Cada uno va calculando el paso a dar en el tablero de ajedrez, y cómo aprovechar las debilidades del contrincante y vencerlo, por más que estén ahí para ver delante de Dios quién ha de ser elegido como pontífice de la Iglesia.

El guion tiene cierta similitud con el cónclave real de 2013 que eligió al cardenal argentino Bergoglio. Benedicto XVI renunció al cargo en medio de una crisis muy delicada de la Iglesia y la curia papal: quiebra y corrupción en el Banco Vaticano, luchas de poder en la curia desde la enfermedad de Juan Pablo II, acumulación de abusos sexuales acallados, filtración de documentos confidenciales por parte del mayordomo del papa. Con la renuncia de Benedicto y con los resultados de la investigación que él había pedido, los cardenales ya reunidos tuvieron una semana de informaciones sobre la situación de la Iglesia antes de encerrarse a la asamblea de elección.

La película tocará semejantes puntos, dosificados muy bien en el desarrollo del guion y de cada personaje, y con magníficas actuaciones. Pero es la puesta en escena la que hace brillar el filme, con la frialdad de las habitaciones en mármol, la soledad de los pasillos, las miradas perspicaces de cada elector, el silencio de las monjas de servicio, las conspiraciones entre algunos cardenales, el ritual cuidadoso de cada voto, el color de cada detalle, la pintura del juicio final de la Capilla Sixtina como testigo, y la extraordinaria actuación de Ralph Fiennes llena de matices en la que se sobreponen dudas, angustias, firmeza, responsabilidad. Cónclave va adelante en nominaciones y premios de esta temporada al iniciar 2025.

No hay que contar mucho de los detalles y secretos que irán apareciendo, sino dejarse llevar por la historia. Podremos experimentar aquello que ya está revelado en los Evangelios (cfr. Mateo 4, 1–11) en las tentaciones de Jesús, que son las tentaciones de todo hombre y todo cristiano: codicia y apego a las riquezas (materiales y espirituales), deseo vanidoso de reconocimiento, aspiración al poder sobre los demás. El desarrollo de los personajes en la película lo representa cabalmente.

En la reciente asamblea sinodal, que concluyó a fines de octubre de 2024, el papa Francisco reafirmó que la Iglesia está formada por una diversidad de voces, de carismas, de culturas, pero todo ha de confluir en una unidad y una armonía que solamente puede lograr el Espíritu Santo. Sin él, todo se vuelve mundano, incluso el mejor deseo; así es aquí. La historia de ficción de Cónclave apuesta por abrirse a otro horizonte que va más allá de nuestros intereses propios y tentaciones, y que testimonie la vida según el Evangelio de Jesús.

Tres símbolos de esto aparecen al final de la película: el nuevo papa tomará el nombre de Inocencio: el que no sigue la maldad, una tortuga se mueve con dificultad sobre el piso marmóreo y Lawrence la lleva a una pileta, las ventanas y las puertas se abren y salen alegres unas monjas jóvenes. La Iglesia avanza lentamente, pero hay que ir allá donde brota vida; salir de los propios encierros y entrar a esa vida tal como resurge y se recrea. Hay esperanza si no cedemos ante el mal y la corrupción que siempre nos acechan